“¿Qué tenemos que hacer para que nuestra realidad no se parezca a la realidad que narra la obra?”. Para Alfredo Sanzol, ésta es la principal pregunta que le gustaría que se hiciese el público después de ver esta producción del Centro Dramático Nacional que ha dirigido. Con un magnífico elenco femenino en el escenario, nos presenta una puesta en escena que humaniza el personaje de Bernarda Alba, que habla de que todas estas mujeres son víctimas, que profundiza en el deso y en nuestra relación con la sexualidad, en las estructuras patriarcales, pero que también nos dice: “La esperanza está en nosotras. En trabajar para cambiar esta estructura que no funciona.”

-¿Cómo es tu personaje y cómo es su relación con el resto de mujeres?

ANA WAGENER: Bernarda es una madre de cinco hijas, que se acaba de quedar viuda y que tiene que bregar con esta situación en una sociedad demasiado exigente con las mujeres. Es el resultado de una educación muy moralista y con una preocupación enorme por cuidar las apariencias. Su sentimiento de superioridad es inevitable. Así se lo han hecho creer. Ese sentimiento le supone una carga extra para intentar hacer las cosas todo lo bien que ella cree. Su relación con sus hijas es muy exigente y estricta. Cree que es lo mejor y que está a la altura de su educación social. Los matices tienen que ver con la personalidad de cada una y que ella conoce muy bien. Sabe sus puntos débiles y les exige o perdona en relación a la personalidad de cada una. Con Poncia tiene una relación desde hace muchos años. Bernarda la necesita pero también le pone límites. Su orgullo la traiciona y, siempre que se ve acorralada por Poncia, acude a su diferencia de clase. El resentimiento y el cariño conviven en la obra.

CLAUDIA GALÁN: Adela es la vida rebelándose frente a la muerte. Es el triunfo del cuerpo manifestándose, la naturaleza haciendo justicia. Y es legado de libertad y esperanza. Adela puede ser un poquito más ella misma en su relación con Magdalena y con Poncia.

-En esta obra se habla de la lucha por la libertad individual, de la intimidad, del odio y de la envidia en el seno familiar, de la importancia de las apariencias de cara al exterior, del fanatismo religioso…

A.W.: También habla del deseo que está presente durante toda la función. A veces está oculto y otras a flor de piel. De ahí parten muchos de los conflictos.

C.G.: De la castración sexual, de la condición humana y sus instintos, de la supervivencia, del miedo, de nuestra dualidad de víctimas y verdugos, del machismo y la misoginia hacia las mujeres y entre las mujeres…

-¿En qué crees que se está centrando Alfredo Sanzol para que esta función interese al público actual?

C.G.: Más allá de traer a escena la asombrosa atemporalidad del conflicto de una manera muy inteligente, creo que ha decidido explorar con mucha sensibilidad y belleza la humanidad de estas mujeres que representan a todas las mujeres y a todas las personas.

A.W.: Ha elegido un reparto muy acertado. Las hijas tienen unos perfiles muy actuales. También nos ha dejado que nos apoderemos de los personajes desde nosotras, desde nuestra propia realidad y nuestro presente. Defendiendo las posturas de los conflictos con honestidad, indagando en el fondo de cada uno. El resultado es muy cercano y muy reconocible en la sociedad actual.

 

-Desde principios del siglo XX, hemos evolucionado bastante pero, según tu opinión, ¿en qué no ha cambiado por desgracia todavía la situación de mujeres como las protagonistas de esta obra?

A.W.: Parece que todo esto queda muy lejos pero si analizas la función encuentras modelos de comportamiento en cualquiera de los personajes que resuenan actualmente. Hay personas que no han evolucionado en su visión de la mujer y hay mujeres que tampoco lo han hecho en su comportamiento ya sea por educación, por convicción o por presión social.

 

C.G.: Hemos evolucionado en nuestra burbuja occidental pero en muchos otros lugares del mundo las mujeres siguen siendo asesinadas por el mero hecho de existir y decidir sobre sus cuerpos. Y desde nuestra privilegiada posición podremos haber evolucionado pero creo que la violencia sigue estando, se ejerce de una manera más sutil y soterrada pero existe y es peligrosa. Creo que no podemos dar nada por hecho.  Espero que algún día termine por extinguirse y que no vuelva a ser, como dice Martirio, «una terrible repetición».

-¿Con qué dos frases de tu personaje te quedarías? ¿Por qué?

A.W.: Bernarda les dice a sus hijas: “¡Me hacéis beber el veneno más amargo que una madre puede resistir!”.

Y “¡Qué pobreza la mía no poder tener un rayo entre los dedos!”.

C.G.: “A mí me gusta ver correr lleno de lumbre lo que está quieto y quieto años enteros”. Y “A un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo.”

-¿Por qué deberían ir las/los jóvenes a ver esta producción?

C.G.: Como dice Alfredo Sanzol: “A mi también me han matado a Adela”. Que las/os jóvenes vengan. Y también el resto. Para que recordemos que hay que salvaguardar a la Adela que llevamos dentro.

 

La llevan a escena también Patricia López Arnaiz (Angustias), Ane Gabarain (Poncia), Eva Carrera (Amelia), Belén Landaluce (Magdalena),  Sara Robisco (Martirio),  Inma Nieto (Criada), Ester Bellver (María Josefa), Isabel Rodes (Prudencia), Ana Cerdeiriña (Mujer 1), Celia Parrilla (Mujer 2), Chupi Llorente (Mujer 3), Lola Manzano (Mujer 4) y Paula Womez (Muchacha). La escenografía es de Blanca Añón, el vestuario de Vanessa Actif, la Iluminación es una creación de Pedro Yagüe y la música es de Fernando Velázquez. Fotografías de Bárbara Sánchez Palomero. De gira.