Esta longeva compañía celebra este 2023 sus 40 años de trayectoria y en Febrero lo hace representando en el Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa dos de sus emblemáticos montajes: “El Avaro” de Molière y “Marat-Sade” de Peter Weiss. Han conseguido crear un estilo propio que se basa en la energía del cuerpo y de la voz del actor, en la lectura contemporánea de los grandes textos universales, la fuerza expresionista de las imágenes y el tratamiento poético del espacio, la música y los objetos. Hablamos con Ricardo Iniesta, su fundador y director.

-Vuestros montajes se caracterizan por la gran energía y la abundante poesía que hay en el escenario y por apostar por escenografías muy elaboradas…

En Atalaya pensamos que el actor tiene que inundar de energía el espacio a su alrededor. Por eso actores y actrices desarrollan un entrenamiento de voz y de cuerpo durante años que les posibilita manejar sus calidades de energía en virtud de lo que requiera cada instante en un espectáculo, pero siempre por encima de la energía cotidiana. Lo mismo sucede con la poesía. Solemos escoger textos con claves poéticas: los clásicos griegos, Shakespeare, Fernando de Rojas, Valle, el Lorca más onírico, Brecht, Peter Weiss, Maiakovski, Heiner Müller… Porque las palabras que contienen no sólo cuentan sino que en sí mismas generan imágenes y música.

Con la escenografía elegimos un objeto que se multiplica de modo minimalista ya sean las bañeras de “Elektra”, las mesas de “Celestina”, los bancos de «Rey Lear». El objetivo es que puedan “transformarse” ante los espectadores en otros objetos y puedan generar muy diversos espacios al ser movidos por los actores y las actrices.

-La versión de “El avaro” de Molière que presentáis habla de desahucios, de prostitución, de crítica contra la burguesía, de que seguimos rodeados de avaros por todas partes, ¿de qué otros temas le queréis hablar al espectador?

La avaricia es uno de los peores pecados capitales, no para quien lo tiene sino para quienes le rodean. Por la avaricia se provocan guerras, se genera pobreza en la Humanidad, se lleva al límite al Planeta. El problema es que muchos de los grandes avaros siguen campando a sus anchas, aunque algunos hayan tenido que salir huyendo a miles de kilómetros… El otro gran tema es la mentira que muchas veces va asociada a la avaricia, y que no es un “pecado capital”. En esta obra todos los personajes mienten, excepto la joven pretendida por Harpagón, que representa la ética y la autenticidad del ser humano.

Lo cierto es que los textos de Molière no poseen carga poética. Por ello nos hemos permitido crear referencias concretas a nuestro tiempo. Y lo presentamos en clave de “comedia musical”, lo que también supone un género nuevo para Atalaya. Eso sí, nos hemos apoyado en el lenguaje brechtiano.

 

-¿Hay complicidad de los actores con el público en esta versión?

Uno de los elementos que genera complicidad con el público son los nombres de algunos personajes. Ahora algunos remiten a personas reales: Froilán, Leonor, Mariano, Cayetana (con acento argentino), Florentino. Y, sobre todo, la escena penúltima que hemos planteado hace estallar al público en carcajadas y aplausos en cada ciudad que hemos visitado…

-Por su parte, “Marat-Sade” plantea un choque entre diferentes posiciones ideológicas que se dieron durante la Revolución Francesa representadas en cinco personajes… ¿Qué más le puedes contar a los espectadores sobre estos protagonistas?

«Marat/Sade» resulta uno de los grandes textos del siglo XX; algunas puestas en escena influyeron enormemente en el teatro de los años sesenta, especialmente las de Peter Brook, a escala mundial, y la de Adolfo Marsillach en nuestro país. En aquella década se estaba produciendo una explosión de la conciencia política global. El tema central de la obra es la lucha entre las ideas individualistas (representado sobre todo por el Marqués de Sade, pero también por el «ala derecha» de la sociedad francesa que interpretan Carlota Corday -asesina de Marat- y el aristócrata Duperret) y las ideas colectivistas (cuyo máximo valedor es Jean Paul Marat -quien redactó la Declaración de los Derechos Humanos-, pero también el fraile revolucionario Jacques Roux, precursor de la Comuna de París y del comunismo, según el propio Carlos Marx).

 

En los años ochenta, noventa y comienzos del siglo actual parecía que había perdido vigencia la obra por la aparente «despolitización» general y por el final de la Guerra Fría. Sin embargo, al comienzo del siglo llegó el movimiento antiglobalización, los zapatistas y la llegada al poder de la izquierda en Latinoamerica, el 15M en España…Las ideas colectivistas han recuperado impulso en el mundo. Entre otras cosas porque el Planeta necesita urgentemente acabar con el individualismo exacerbado que lo puede llevar en poco tiempo al exterminio de toda forma de vida.

-¿Qué destacarías de la puesta en escena de esta versión?

En Atalaya hemos querido realizar una lectura que potencie el protagonismo del lado colectivista, y nos hemos apoyado en la presencia constante del coro de «locos» que representa al pueblo… Esto ha incidido en gran medida en la puesta en escena, ya que continuamente el coro va variando la disposición espacial, lo que imprime un ritmo intenso a un texto donde aparentemente no hay «viaje»… La energía de los actores -de la que antes hablamos- dota al montaje de una tremenda fuerza que llega a los espectadores y les contagia el entusiasmo que el coro transmite a través de la veintena de temas que interpretan en vivo.

Al propio Peter Weiss -que se decantaba claramente por el colectivismo- le resultaba incómodo que en la obra resultara más atractivo el personaje de Sade que el de Marat, debido a su lado nihilista y oscuro, su sarcasmo y cinismo, así como su papel de director de la función que se representa con los enfermos del Hospicio. En la mayoría de los montajes que se han llevado a cabo, el peso recae en gran medida sobre el Marqués. Hemos rescatado todos los momentos musicales que proponía Weiss y que se reducen siempre en otras versiones.

Ese entusiasmo del público lo comprobamos ya en el estreno que tuvo lugar en el Teatre Lliure de Barcelona, donde espectadores y crítica nos acogieron muy calurosamente; una acogida que ha continuado por todo el país e, incluso, en Colombia, donde inauguramos el Festival del Bicentenario de la Independencia.

-Has dirigido 25 espectáculos en tu carrera profesional y en la historia de Atalaya. Si tuvieras que elegir 3 grandes momentos emocionales e importantes para ti como actor y director en estos 40 años de historia de Atalaya, ¿cuáles serían?

El primero fue el estreno de nuestra primera versión de «Así que pasen cinco años» en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en otoño del 86. Allí estaban Alberti, Gala, Torrente Ballester… y según Pepe Monleón ése fue el momento en el que Atalaya empezó a tener un lugar en el teatro español.

Otro momento emocionante fue en septiembre de 2010, cuando actuamos con «Divinas palabras» en Pekín; gracias a ello se tradujo a Valle-Inclán, por vez primera, al mandarín, el idioma más hablado oficialmente en el mundo, para sobretitular las representaciones. Fue una acogida sorprendente por el público chino que, a pesar de no conocer la obra, llenó durante una semana el teatro; los espectadores reían en muchas más escenas que en España y se quedaron todos a los coloquios posteriores.

Un tercer momento muy bonito fue en Moscú, cuando actuamos con «Celestina» en otoño de 2016, obra desconocida para el público ruso y sin traducción en este caso. A pesar de lo cual el público se puso al unísono de pie aplaudiendo, como aplauden ellos, rítmicamente… Días después supimos que el jurado nos había otorgado el premio del Festival Noches de Moscú…

-¿Qué te emociona y te llena de orgullo en la actualidad?

Atalaya vive ahora su mejor momento, gracias en buena medida al Centro de formación, investigación, creación y exhibición TNT de Sevilla que formamos hace casi tres décadas, pero que tuvo un enorme impulso cuando se construyó el Centro Internacional en Sevilla en 2008. El TNT nos ha permitido traer a los más grandes maestros de todas las tradiciones teatrales y tener trabajando al tiempo cada año a una treintena de jóvenes actores llegados de todo el país. Estos jóvenes toman parte en el Laboratorio, que representa nuestra cantera, de donde provienen todos los actores que integran hoy Atalaya. En los ocho espectáculos que llevamos ahora en gira contamos con cinco generaciones de actores que han ido entrando en Atalaya en los años ochenta, en los noventa, en la primera década del siglo, en la segunda y en la actual. Eso es lo que nos da mucha vida porque llegar a 40 años con tanta vitalidad resulta casi un pacto con el diablo.

Y la película «El abrazo del Tiempo» que versa sobre este viaje de 40 años se ha estrenado en el Festival de Cine Europeo de Sevilla con una acogida muy calurosa. Posteriormente se ha proyectado en el marco del 40º Festival de Teatro de Málaga y en Madrid se presentará en este Teatro el 14 de febrero. En ella contamos con el testimonio de algunas personas que han sido «cómplices» en mayor o menor medida de nuestra trayectoria, como Eugenio Barba, José Manuel Garrido, José María Pou, Esperanza Abad, Benito Zambrano, Leo Bassi, Laila Ripoll…

-¿Qué es para ti “el oficio de actor”?

Es un oficio que no se acaba nunca… La gran actriz griega Irene Papas, que nos dejó hace pocos meses, decía con ochenta años que “todavía seguía aprendiendo…” Para mí el teatro, por encima de todo, es un arte. El actor y el director tienen que formarse a lo largo de toda su vida, buscando siempre aprender. Y cuando se enseña a los más jóvenes se aprende con ellos. El oficio del actor conlleva no sólo un aprendizaje de técnicas sino de ética, de compromiso… Yo comento siempre a los actores jóvenes que llegan al Laboratorio de TNT que el actor trabaja con muchas Rs: rigor, resistencia, resiliencia, reflejos, revuelta, reciclaje… todo ello conforma el oficio.

-Habéis llevado vuestras propuestas a 43 países, ¿hay algún teatro fuera de nuestro país que se “os resista” y al que te gustaría llevar alguna obra de Atalaya?

Lo cierto es que hemos recorrido los seis continentes en países de muchas culturas diferentes. Este mes de enero estábamos invitados al Festival Fadjr de Teherán; evidentemente hemos renunciado en solidaridad con la revuelta de las mujeres iraníes y porque no aceptábamos que las actrices tuvieran que utilizar velo alguno impuesto; esperamos poder ir más pronto que tarde, porque el Oriente próximo y el África subsahariana son las dos únicas zonas del Planeta donde no hemos actuado nunca. Hemos presentado espectáculos de texto en 31 países de habla extranjera y, en muchos casos, sin traducción alguna…

Y sí, hay un país al que llevamos años intentando ir, pero se nos resiste. Es Turquía. Tuvimos una actriz turca en el Laboratorio y nos explicó lo que ha cambiado la situación allí en los últimos tiempos…