Okapi Producciones (responsable de obras que actualmente están de gira como “Muerte de un viajante” o “Ser o no ser”) presenta esta versión de la famosa obra de Peter Schaffer escrita y adaptada por Natalio Grueso. La llevan a escena Álex Villazán, Roberto Álvarez, Jorge Mayor, Manuela Paso y Claudia Galán. Les ha dirigido Carolina África. Hablamos con ROBERTO ÁLVAREZ.
-El psiquiatra Martin Dysart (tu personaje) recibe el encargo más difícil de su carrera profesional: deberá tratar a un joven que ha cometido un acto de una brutalidad atroz. El chico, Alan Strang, ha sido detenido por haberle sacado los ojos con un punzón a la media docena de caballos a los que cuidaba en un establo…¿Qué más le podemos contar a los espectadores sobre la historia de esta función?
Que la función transita hasta conocer las causas que provocaron que ese muchacho, Alan, hiciera una cosa así y que lo hace de forma trepidante, rayando en lo detectivesco. El ritmo y el interés se garantizan a través de uno de los textos más brillantes del siglo pasado en un montaje dirigido por Carolina África (todo talento), y una sorprendente adaptación de Natalio Grueso a los códigos actuales. No hay descanso para el espectador. La obra galopa sobre escenas perfectamente medidas para conseguir la atención del espectador y que no decaiga su interés en ningún momento hasta alcanzar el clímax final.
«El texto plantea preguntas como ¿Qué hechos jugaron en mi infancia que me han llevado a lo que ahora soy? ¿Estaré a tiempo de volar, lejos, donde nadie me encuentre?»
-Según Natalio Grueso, su adaptador, “Equus” es, en definitiva, un canto a la libertad y una denuncia sobre cómo la sublimación de los instintos naturales nos puede llevar a la atrocidad y la locura”…
Natalio Grueso juega con adaptar el texto a códigos actuales, introduciendo elementos de uso cotidiano (internet y la televisión) en el catálogo de elementos causantes de los conflictos tóxicos en la mente de un niño. Lo hace, desde mi punto de vista, brillantemente, desde el máximo respeto al texto original con la sana intención de que la reflexión del espectador circule en varias direcciones y se reconozca con lo que ocurre en el escenario. En el contacto con el público hemos observado que cada espectador tiene su reflejo en distintas partes de la obra y saca sus propias conclusiones a través de sus vivencias.
Se plantea cuestiones como ¿Qué hechos jugaron en mi infancia que me han llevado a lo que ahora soy? ¿Qué partes de mi alma me amputaron? ¿Qué responsabilidad tengo como padre o madre en la educación de mis hijos? ¿Estaré a tiempo de volar, lejos, donde nadie me encuentre?…
«La obra galopa sobre escenas perfectamente medidas para conseguir la atención del espectador y que no decaiga su interés en ningún momento hasta alcanzar el clímax final»
-¿De qué otros temas principales le quiere hablar esta función al público?
Indudablemente de la pasión. Alan por poseerla a raudales, Dysart por haberla perdido. Alan, empujado por deshacerse de ella porque no es feliz. Dysart por luchar por entender si es lícito amputar esa parte a Alan y anhelando poseerla. Y además la lucha de unos padres por no sentirse culpables, por defender sus principios, que hacen Manuela Paso y Jorge Mayor con brillantísimas actuaciones.
Y la maravillosa aparición de la naturalidad, de la sensualidad de Jill, que interpreta Claudia Galán, que nos presenta la sana “manzana que hemos de morder”, con absoluta libertad y naturalidad, pese a tantos prejuicios que se interponen tantas veces.
-¿Cómo describirías la personalidad de Alan, tu paciente y protagonista de la función?
En el mundo oscuro del subconsciente se producen conexiones desde niño difíciles de descifrar. Sin explicación alguna, todos alguna vez hemos oído de algún caso, en el que se produce que personas muy inteligentes discurren por caminos no convencionales en su relación con los demás y con la vida misma. Esa fina línea que separa los comportamientos digamos “normales” de aquellos otros que calificamos como problemas de salud mental. Alan es uno de ellos. Es inteligente, luminoso, lleno de emociones que compartir y regalar a los demás peo es incapaz de conducir su sexualidad hacia el lugar que le correspondería a un chico de su edad y condición. Dysart tendrá que desanudar esa cadena de grilletes que anida en su mente hasta “devolverle al mundo normal, allí donde los caballos están atados. Atados exactamente igual que todos nosotros”.
–Según Natalio Grueso, su adaptador, “Equus” es, en definitiva, un canto a la libertad y una denuncia sobre cómo la sublimación de los instintos naturales nos puede llevar a la atrocidad y la locura”, ¿qué añadirías?
Natalio Grueso juega con actualizar el texto a códigos actuales, introduciendo elementos de uso cotidiano (Internet y la televisión) en el catálogo de elementos causantes de los conflictos tóxicos en la mente de un niño. Lo hace, desde mi punto de vista, brillantemente, desde el máximo respeto al texto original con la sana intención de que la reflexión del espectador circule en varias direcciones y se reconozca con lo que ocurre en el escenario. En el contacto con el público hemos observado que cada espectador tiene su reflejo en distintas partes de la obra y saca sus propias conclusiones a través de las vivencias propias. Se plantea cuestiones como ¿Qué hechos jugaron en mi infancia que me han llevado a lo que ahora soy? ¿Qué partes de mi alma me amputaron? ¿Qué responsabilidad tengo como padre o madre en la educación de mis hijos? ¿Estaré a tiempo de volar, lejos, donde nadie me encuentre?…
«Estamos ante unos de los textos eternos que serán representados una y otra vez por su enorme calidad e inspiración»
-¿De qué otros temas principales le quiere hablar esta función al público?
Indudablemente de la pasión. Alan por poseerla a raudales, Dysart por haberla perdido. Alan, empujado por deshacerse de ella porque no es feliz. Dysart por luchar por entender si es lícito amputar esa parte a Alan y anhelando poseerla. Y además la lucha de unos padres por no sentirse culpables, por defender sus principios, que hacen Manuela Paso y Jorge Mayor con brillantísimas actuaciones. Y la maravillosa aparición de la naturalidad, de la sensualidad de Jill, que interpreta Claudia Galán, que nos presenta la sana “manzana que hemos de morder”, con absoluta libertad y naturalidad, pese a tantos prejuicios que se interponen tantas veces.
-¿Consideras que “Equus” sigue siendo un título tan perturbador y tan valiente como lo fue hace medio siglo, cuando lo escribió Peter Shaffer?
He redescubierto este texto. Lo vi en su día hace más de 40 años en su icónico estreno en los teatros de toda España. Mi sorpresa al trabajarlo es que estamos ante unos de los textos eternos que serán representados una y otra vez por su enorme calidad e inspiración. Por las múltiples preguntas y lecturas que propone y porque el ritmo, casi de thriller, lo hace tremendamente accesible a un gran público.
-¿Qué ha sido lo más difícil para preparar tu personaje y durante los ensayos de esta obra tan compleja?
Es efectivamente un texto complejo, lleno de aristas y donde la mano de la directora y su visión suponen un importante eslabón de la cadena. Disart no sale de escena. El reto es monumental. El estado de concentración y memorización ha sido un gran desafío. En este momento de mi vida necesito de estos alicientes aunque sean laboriosos. Desde ahí estoy disfrutando como nunca.
-¿Qué destacarías de la puesta en escena y de la videoescena?
En Okapi (productora a la pertenezco y que capitanea José Velasco) solo tenemos una vocación: presentar espectáculos de producción muy cuidada, sin limitaciones de ningún tipo. Hemos trabajado en este caso con un equipo artístico y de gestión de primer nivel que han llevado la belleza y el talento al escenario con fantásticos resultados. No tengo más que elogios y admiración hacia ellos.