Beatriz Jaén ha dirigido esta versión de la obra de Marguerite Yourcenar en la que Lluís Homar da vida al emperador Adriano.

-Descríbenos al personaje de Adriano en esta versión que has dirigido…
Adriano es un hombre enfermo, a punto de morir y con una decisión muy importante que tomar: nombrar a un sucesor. Desde este momento de fragilidad nos habla el emperador, y es ahí donde aparece la verdad del hombre. Adriano se deja ver con todas sus luces y sombras, invitándonos a recordar con él una vida plagada de contradicciones de las que ya no tiene ningún miedo a hablar. Adriano fue, desde un violento guerrero hasta un amante de la cultura helénica, desde un joven ambicioso dispuesto a todo hasta un hombre hundido por la pérdida de su gran amor y un político que luchó por mantener la paz, promover la cultura o fortalecer la administración pública. Con este montaje, como me pasó al leer la novela, espero que el espectador pueda atravesar los laberintos por los que puede perderse y encontrarse el alma de cualquier hombre.
Para todo esto tengo la gran suerte de tener sobre el escenario a Lluís Homar, que se ha dejado la piel en este papel y hace una interpretación apasionante y sincera.

-¿Por qué sigue Adriano interpelando al público presente? ¿De qué le habla al espectador de hoy?
Porque nos recuerda que una manera distinta de pensar y pensarnos aún es posible. El pensamiento de Adriano es el de un hombre que nos recuerda el incalculable valor de conceptos como estado, ciudadanía, funcionariado, diálogo, justicia o libertad. Conceptos con los que no se debería jugar y que no deberían perder su fuerza. Además, la obra está repleta de frases que conectan directamente con la actualidad. Con frases como “he forzado la paz y he visto cómo el pulso de la tierra ha vuelto a latir”, ¿cómo no estremecernos?
Creo que la novela devuelve la esperanza en líderes de alto vuelo, capaces de devolvernos la confianza en la política a través de una mirada intelectual y humanista.
-¿De qué facetas de su vida nos va a hablar?
Al igual que en la novela, divido la puesta en escena y el viaje del protagonista en seis capítulos: su momento actual, la lucha por el poder, su momento como emperador y sus políticas, su edad de oro junto a Antínoo, su declive y su aprendizaje vital antes de nombrar a su sucesor y afrontar la muerte.
-Adriano no vive en el siglo II, aunque lo recuerde, y se sitúa en la actualidad, ¿no es así?
Eso es. Más allá de una toga o un traje de chaqueta, el emperador Adriano no deja de ser un líder político que en muchos aspectos no se aleja de los líderes que conocemos hoy. Si bien una gran diferencia se hace notar en cuanto comienza la función: aquí si hay un espacio y tiempo para la reflexión. En momentos donde la reflexión no tiene hueco, donde los debates políticos son cada vez más pobres en ideas y los líderes incluso se jactan de poco humanistas o tiran por tierra conquistas sociales imprescindibles para una sociedad moderna y civilizada, Adriano pone en el centro de la escena la reflexión política y personal, y eso, hoy, resulta totalmente revolucionario.
-Sabemos que es difícil elegir, pero ¿qué tres frases de la obra te encantan?
Una relacionada con Antínoo: “Aquel joven lebrel, ávido de órdenes y caricias, se tendió sobre mi vida” y dos relacionadas con su pensamiento político: “He querido que en ninguna ciudad faltase una biblioteca, sanatorio del alma”, y la última, que resuena bien fuerte hoy: “He buscado siempre la negociación. Cada arbitraje en una disputa es una prenda para el porvenir”.
-Háblanos de los personajes que interpretan Álvar Nahuel, Marc Domingo, Ricard Boyle, Cristina Martínez y Xavier Casan.
Son esos asesores del líder que lo acompañan de manera habitual y que siempre aparecen en esas fotos y vídeos en los que nunca vemos solos a los altos mandatarios. Siempre hay cerca un asesor de protocolo, de imagen, de comunicación… Ese revuelo de asesores me parecía un elemento teatral interesante para arropar estas memorias que poco a poco va encarnando el propio Adriano.
Sobre estos cinco intérpretes maravillosos, aunque no hablen, y sean fruto de una dramaturgia escénica y no textual, por momentos parece que hablasen a través de sus cuerpos, sobre todo en el caso de Álvar Nahuel donde la danza se abre paso y la obra da un giro. Hablo del momento en que aparece Antínoo, el gran amor de Adriano.
-¿Cómo son los elementos escenográficos?
Un espacio blanco que remite a un despacho oval sin apenas elementos, un vestuario elegante y sencillo, una música y una luz que nos permiten viajar por los siglos y un dispositivo audiovisual que remite a la ficción del poder, así como al poder de la ficción.
-¿Qué destacarías de la labor profesional de José Novoa, Nidia Tusal, Pedro Yagüe, Tagore González y Pedro Chamizo?
Son un equipo estupendo. Hemos trabajado con tiempos que eran muy apretados, pero hemos conseguido adaptarnos a las necesidades que iban surgiendo durante los ensayos, sabiendo que la apuesta no era sencilla.
Es una producción del Teatre Romea y el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida.
 
 
							 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
